jueves, 14 de enero de 2016

Sexo casual

Relato seleccionado para formar parte de una antología que se editará en formato papel.

-Mientras echas gasolina, voy al servicio, dijo Marisa a su novio, que le correspondió con un guiño. El aseo estaba detrás del sutidor, cerró la puerta, bajó sus pantalones y se dispuso a orinar. Escuchó abrir la puerta de al lado, su chico iría también a evacuar. De pronto se sobresaltó al ver como por un agujero de la pared asomaba su miembro en estado de semierección. Sin pensarlo dos veces se lo introdujo en la boca, cuando estuvo erecto, penetró la vagina, aquella situación la había excitado de sobremanera, su chico y ella misma eran unos pervertidos. No tardó en eyacular. Al salir se encontró con Pablo, que impaciente esperaba turno para entrar a orinar en el servicio de caballeros.


viernes, 10 de septiembre de 2010

Simón

Simón era un chico tímido, su vida había transcurrido entre libros y la sobre protección de unos padres demasiado mayores como para que su niñez hubiese sido la de otros pequeños.
Con kilos de más, ropa de abuelo y demasiado inteligente, solo encontraba consuelo en los libros. Entendía perfecta mente los diálogos de los adultos y era capaz con once años de discutir con cualquiera sobre política, religión, literatura o cualquier tema que surgiese.
En pocas palabras, era el típico niño repelente.
A los dieciocho años eligió una carrera que le obligó a desplazarse de ciudad; su andadura en solitario comenzaría en breve. El primer año, lo pasó igual que en la escuela; aislado y ensimismado en los libros, pero todo cambió una noche.
El calor agobiaba a la noche,era Viernes y las calles bullían en un mar de ir i venir de jóvenes con copas en las manos. Simón no lograba concentrarse, así que decidió subir a la azotea.
Se instaló en el rincón más oscuro y fresco de la misma, escuchó ruidos y permaneció quieto y en silencio, no quería que nadie supiese de su lugar secreto; desde allí contemplaba toda la planta sin que nadie pudiese advertir su presencia.
Era una chica joven, estaba también la universidad, llevaba una botella en la mano y se la veía ebria. Reía y bailaba a la luz de la luna, su vestido de lino blanco flotaba en el aire a cada vuelta que daba dejando entrever una figura preciosa. Su cara era la de un ángel, su sonrisa le iluminaba toda la cara y sus ojos celestes competían con la luz de las estrellas. La larga y suelta cabellera rubia golpeaba en cada giro sus carnosos labios que adoptaban una posición excitante al beber de la botella de ron.
En uno de los giros cayó boca arriba y se quedó contemplando las estrellas; de pronto, alguien o algo se interpuso en su visión celestial para preguntarle algo. Al estar en contra luz, no reconocía al chico, pero se le antojó apetecible y divertido para ese estado en el que se encontraba.
Cuando cayó, corrió a socorrerla. Era preciosa ,allí tirada, voluble, sonriente. De pronto se sintió presa del pánico .¿Que hacía allí?, ¿que estaba pasando?. La chica lo arrastraba del brazo hasta ponerlo sobre ella. notaba el cuerpo jadeante por el esfuerzo de la joven. Los pechos palpitaban y querían librarse de ese vestido. Su boca se fundió en un largo y cálido beso que le hizo sentir la erección de su vida.
Vaya con el Batman, pensó la joven, parece que la pistola la lleva cargada, y no es pequeña. Se dijo mientras lo besaba. Lo apartó hacia un lado y comenzó a desnudarse.
Notó como la chica intentaba desprenderse de él. No quería, pero no le quedó mas remedio que apartarse a un lado. Tenía una erección descomunal. Sentía que todo se había acabado cuando vio que la chica comenzaba de nuevo a danzar, beber y ¡Desnudarse!. Pronto quedó solo tapada con un minúsculo tanga transparente que solo cubría un bello púbico recortado y oscuro. Sus pechos eran enormes, lechosos con una gran aureola rosada y unos pezones que se iban endureciendo a medida que brincaban por la azotea.
Simón no lo dudó y comenzó torpemente a desvestirse. Pronto estuvo a su lado precedido por la gran verga que rozaba a la chica y comenzaba a gotear de impaciencia.
Cuando quiso darse cuenta, una enorme poya estaba rozándola por todas partes, así que con un enorme calentón, se arrodilló y comenzó a chupar aquella maravilla de la naturaleza que pronto la haría llegar a la gloria.
Simón no podía creerselo, una impresionante rubia chupandosela en pelotas. Sus manos no daban a basto. Su cuerpo no le permitía mucha movilidad, así que apenas podía tocar los pechos de la chica, ya que al intentar quitarle el tanga y tocar más, le suponía un esfuerzo enorme, decidió entonces solo sobar las tetas. Pronto desparramó una enorme lefada en la boca de la chica, que lejos de amilanarse siguió succionando como si con ella no fuese la cosa. De pronto, dejó de chupar, escupió el poco semen que le quedaba y le dio un gran buche a la botella, ofreciéndosela después al chico que la denegó.
Vaya verga pensaba mientras intentaba abarcarla con toda su boca, en ese afán de tragarla entera, y debido a la anestesia producida por el alcohol y las drogas, no notó como el semen corría por su garganta hasta que se hubo tragado casi todo. Eso le dio un poco de asco, así que decidió beber algo más y que el ron depurase...

lunes, 14 de junio de 2010

El lado Oscuro

Cerró el comic de Milo Manara titulado el Click, y su imaginación comenzó a volar soñando con el poder absoluto sobre las voluntades ajenas para abusar a su antojo de ellas.
Su triste vida no le daba muchas opciones, la naturaleza se había cebado en él, su cuerpo era esquelético, su pelo escaso y grasiento, su cara asimétrica hacía que el resto de personas le mirasen con recelo e intentaran huir de su compañía.
Vivía en una habitación tan desaliñada y desgravada como su propia persona, y en su mente solo cabía una idea. Poseer a una mujer.
Aquella noche su mente dejó de trazar la línea entre el bien y el mal, acababa de tomar una determinación, poseería a una mujer aunque fuese a la fuerza. Su cabeza comenzó a efervescer y a crear maléficas ideas, en todas acababa retozando con una joven.
Bajó la escaleras con la mirada vacía, deambuló por la ciudad sin rumbo fijo hasta que unas risas le sacaron de su ensimismamiento. Una chica se reía a mandíbula batiente de las bromas que le profería su compañero, no eran especialmente atractivos, pero ella lucía un gran escote que con el movimiento espasmódico de las risas se movía con voluptuosidad.
Una sonrisa maléfica se cruzó por su cara, comenzó a seguir a la pareja ajena del macabro futuro que le estaban labrando en la mente de aquel desgraciado psicópata.
Llegaron a una solitaria urbanización, y ambos entraron en la casa. Marcelo, que así se llamaba el contrahecho, decidió dar una vuelta a ver si encontraba alguna opción para entrar en el adosado.
De pronto, en una casa un poco más alejada se encendió una luz en el piso de arriba y se oyó el agua caer de una ducha, eso excitó de sobremanera al joven, que sin saber si quien allí se estaba lavando era hombre o mujer, anciano o niño decidió trepar para saciar su curiosidad y un morbo repentino que le había sacudido la entrepierna.
La adrenalina le dio fuerzas y valor para trepar hasta aquella ventana semi abierta y obtuvo su recompensa, una mujer de unos treintaycinco años se estaba desnudando frente al espejo mientras dejaba que de la ducha cayese agua para que alcanzase la temperatura idónea.
observó como aquella preciosidad se despojaba de toda su ropa, deslizando los dedos sobre las medias y enrollándolas con suavidad. Notó un estremecimiento de su abdomen al ver como de un solo gesto se desprendió de aquella camiseta y dejó al aire sus dos enormes pechos que lejos de caer se mantuvieron erguidos acabados en una aureola que apenas se distinguía del resto de su lechosa piel y en unos pezones casi insistentes. Al despojarse de su falda y su tanga, dejó al descubierto un sexo sin vello alguno que dejó a Marcelo sorprendido, ya que desconocía las artes depilatorias en las mujeres y pensaba que la profusión de vello púbico era lo normal.
Una vez que la chica se hubo metido en la ducha, se deslizó hasta la puerta y trazó su plan. Llamó insistentemente, oyó como cerraban el grifo y gritaban que tuviera paciencia.

viernes, 19 de febrero de 2010

La manta II

Tan sencillo como divertido salimos de la cocina con ganas de jugar.
Las chicas habían preparado unos cubatas y se habían hecho un porro, así que empezamos a contarles el juego, ellas estaban sentadas en el colchón frente a la chimenea, yo sentado en una silla y Carlos en pie explicando la trama, que era muy simple.
- Mirad chicas, os tapáis con esta manta, y tenéis que ir diciendo prendas hasta que acertéis con la que es, si no es la que nosotros tenemos escrita en este papel, debéis entregárnosla.
La idea era que la prenda que nosotros debíamos escribir era la manta, pero en un giro genial de nuestro propósito, el mecánico me dijo en la cocina que pusiéramos los pendientes y dejáramos a las chicas en bolas, y así lo escribimos.
Empezamos a jugar, Carlos se sentó a mi lado, teníamos a las dos chicas tapadas hasta el cuello en un colchón, con una chimenea que ambientaba y una tarde que se hacía noche que invitaba a quedarnos en el hogar y disfrutar de nuestros juegos.
Poco a poco iban diciendo prendas que al unísono nos entregaban, las risas nerviosas y las miradas cómplices volaban en la habitación.
- ¡El sujetador!, dijo Carmen. No, no le dijo su chico con cara socarrona.
Con gran habilidad se quitaron sus prendas y Carmen me tiró su gran sujetador, era enorme y estaba caliente. Alba hizo lo propio con Carlos, Alba tiene unos pechos pequeños, acorde con su cuerpo, su sujetador negro de encajes cayó en la cara de Carlos que no dudó en olerlo con aspavientos.
- ¡Ummm que bien huele!, todos reímos y Alba dijo:
-¿No serán los tanguitas?...
- Prenda, salió por mi boca.
Todos me miraron y me ruboricé.
-Tampoco es el tanguita, dije poco convencido.
Carlos salió a mi rescate y dijo:
- Venga chicas, el juego es el juego.
En el proceso de quitarse el tanga, a mi chica se le vieron los pechos, sus tetitas quedaron al aire y Carlos pudo observar los grandes pezones y la aureola oscura que coronaban aquellas montañitas. Eso me excitó, Carlos no le quitó ojo y pude notar como su pantalón incrementaba aún más la presión sobre sus partes.
Bueno, pues se acabó, propuso Carmen con cara de pena.
¡Como que se acabó!, exclamó Carlos, aún no habéis acertado...venga chicas, que no decaiga la fiesta.
-No nos quedan más prendas, protestó Alba.
-¿Seguro? , inquirió Carlos tocando la manta y poniendo cara de ganador de partida.
Las chicas rieron, y dijeron al unísono, -!La manta¡.
Rompimos todos a reír y Carlos y yo nos miramos, las miramos a ellas y dijimos.
-No, tampoco es la manta.
Las chicas dejaron de reír y antes que pudieran decir nada Carlos ya había jalado de ella y las había dejado desnudas.
Impresionante lo que vimos.
Carmen se tumbó para detrás e inhaló una calada del porro, sus pechos subieron y bajaron al ritmo de su calada, dos grandes tetas blancas y que a duras penas rompían los efectos de la gravedad, estaban coronadas por unas aureolas rosadas y casi difusas que se iban oscureciendo poco a poco hasta acabar en unos pezones que apenas se veían y que poco a poco fueron agrandando hasta ser como dos granitos de lentejas.
Su sexo apenas estaba cubierto por una despoblada mata de pelos rubios y dos labios enormes que rebosaban por entre sus piernas.
Por contra, mi chica trataba de taparse poniendo aún mas morbo en la habitación, apenas podía cubrirse y al ladearse dejaba ver su precioso y redondo culito.
Ufff, que calor! decía Carlos a la vez que se desnudaba,
- Venga Fran, que vas a criar ladillas...
Me desnudé con él, Carlos tenía un cuerpo musculoso, apenas tenía vellos en el cuerpo y su pubis lo llevaba recortado, haciendo que su miembro pareciera mayor de lo que era, aún no estaba excitado y las chicas le miraron con deseo, incluso Alba que poco a poco perdía la vergüenza y ya mostraba su entrepierna sin tapujos depilada y recortada para otra ocasión más privada que se estaba tornando pública.
Vamos Fran, quitate los calzoncillos y dejanos ver que es eso tan enorme que escondes, dijo Carmen con visibles síntomas de estar colocada.
Me baje los boxer y deje al descubierto mi miembro.

lunes, 1 de febrero de 2010

DP

La señora Piquet era una joven de unos treinta años, Llevaba dos casada con el señor Piquet, que la aventajaba en veinte, empresario catalán que había amasado una gran fortuna con la construcción.
Desentonaban como el whisky barato en un bar de clase junto a botellas de 20 euros la copa. Roni, como se hacía llamar el viejo, gustaba de beber mucho y alternar con jovencitas.
La señora Piquet quería pruebas de ello para solicitar un divorcio del cual saliese bien remunerada.
La primera vez que ella entró en mi despacho me dejó boquiabierto, y si no es porque ya me había masturbado, hubiese tenido una erección.
Vestía una camisa blanca y unos ajustados vaqueros, un bolso de piel marrón y unas largas botas del mismo color. La abotonadura de su camisa se abría hasta el mismo nacimiento de sus pechos y se podía adivinar que no llevaba sujetador. Su largo y lacio pelo caía hacia un lado de su cara, se quitó unas enormes gafas de sol y pude ver unos maravillosos ojos azules.
Aquella tarde vino a recoger todo el material que yo le había conseguido, y que no era poco. A Roni le gustaba alardear de mujeres y no me fue fácil pillarlo en hostales follándose a dos o tres lumis, algunas de dudosa mayoría de edad.
Cuando la señora Piquet contempló en la pantalla del pc todas y cada una de las imágenes derramó una sola lágrima, que secó con un pequeño pañuelo blanco. No supe si fue por la emoción, la pena o la alegría, pero le puse una mano en el hombro y entonces ...
Ella estaba sentada, yo de pie a su lado con mi mano en su hombro, los dos mil euros sobre mi mesa y en la pantalla una foto del señor Piquet con una pelirroja sentada a horcajadas sobre su cara y una rubia de enormes tetas haciendole una felación.
Giró su cabeza que quedó a la altura de mi paquete, elevó sus azules ojos y sin dejar de mirarme bajó con sus dientes mi cremallera. Mi manó dejó de estar en su hombro para deslizarse por el interior de su sedoso pelo hasta la nuca, y con una leve presión la empujé a que realizara un francés... con la otra mano me desabroché el pantalón que cayó hasta mis tobillos.
Su cálida boca hizo que mi pene adquiriera su estado de plenitud en segundos, se afanaba la chica en hacer un buen trabajo y realmente lo lograba. Antes de que me dejara llevar por mi calenturienta mente, le saqué mi miembro de su boca, la puse en pie y le desabroché la camisa.
Dos pechos perfectos asomaron por entre los botones abiertos, con un imperceptible gesto la camisa cayó al suelo y unas pequeñas aureolas hicieron las delicias de mi boca. Apenas tenía pezón, pero un trabajo de lengua hizo que despuntaran dos pequeños granitos que abrieron las puertas al paraíso.
Le desabroché sus vaqueros y bajé todo de un solo golpe, iba toda rasurada, dejaba ver dos labios de los que entresalía un gran clítoris. Me resultó curioso, sin pezones y gran botón del placer. La senté sobre los billetes de cien y le hice una comida de coño que casi me cuesta un disgusto. La señora gemía como un animal y a cada gemido le acompañaba un jalón de pelos para que no abandonase mi trabajo.
Cuando mi cabeza no aguantaba más jalones, la penetré. Los aullidos retumbaban sobre las cuatro paredes y se corrió, una gran corrida que me dejó con el pene erecto y un bello saco de carne desparramada sobre mi mesa con la respiración entrecortada y sin fuerzas para moverse.
La giré, la puse a cuatro patas y la volví a penetrar, ella gritaba que no, que ya no más por favor pero solo fueron dos embistes y su no se convirtió en un si, si, si, no pares, no pares...
Allí tenía yo a a aquella mujer toda para mí, joven, bella, de un culo redondo y perfecto y pidiendome que le diese más caña. A nuestro lado su marido disfrutando también de lo suyo. Miré hacia abajo y vi como su ano se abría y cerraba ritmicamente, le metí un dedo y un pequeño gemido emitió, eso me gustó y le metí otro dedo hasta el fondo. Por ahí no, suplicó, pero ella no sabia que las negaciones eran mis afirmaciones, así que le saqué mi pene y la penetré por detrás. Aquel agujero era estrecho y me costó abrir camino, en tres o cuatro meneos acabé corriéndome en su interior.
Mientras me vestía le dí las gracias a la señora Piquet y le dije que cuando quisiera podía volver a contar con mis servicios. Le dí el cd con las fotos mientras ella aún azorada por el polvo y avergonzada por el trato tan distante que le estaba dando recogía la copia.
Me senté en mi mesa y la miré como quien mira a un vendedor de biblias. Ella se limitó a medio sonreír y marcharse. En su trasero, por el pantalón vaquero se traslucía una mancha de mojado que a punto estuvo de hacer que la pusiera sobre aviso, pero ¡que coño!, iba a joder a su marido por follar con otras, y con lo que le iba a sacar a ese hijo de puta podría comprar una compañía de vaqueros.
Cogí mi botella de whisky y bebí hasta perder el sentido.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Sola



Todas las tardes acudía a aquella solitaria cala, se desnudaba y se sentaba a contemplar el mar. Por su mente discurrían todos los momentos allí compartidos.
Así, vio como su chico se desnudaba por primera vez en el mar, como ella le contemplaba también desnuda desde la orilla, las risas de él, sus miradas cómplices, como corría tras ella intentándola mojar con su cuerpo.
Una sonrisa se esbozaba en su rostro cuando llegaba a ese punto. Entonces, notaba nuevamente en sus piel la suave brisa del mar, se le erizaban los pezones al recordar el tacto frío del cuerpo de su amante y disfrutaba como aquella primera vez de los cálidos besos, de la fuerza de sus brazos rodeándola; traspasando la humedad y dejando como el calor del cuerpo humano se fundía en sus cuerpos. Las caricias de sus manos en su espalda, en su cuello, en sus nalgas,...
Retozaron durante todo un verano en aquella cala, las tardes pasaron sin prisas, se amaron y se prometieron amor eterno dejando como testigos de sus actos las paredes de roca, el cielo y al mar.
El cuerpo hercúleo de su amante reflejaba los rayos del sol, se tumbaba en la arena junto a ella y jugaba delicadamente con sus pezones. Le besaba mientras al oído le decía lo bella que era, cuanto la quería y deseaba que aquel momento fuese eterno.
Como aquel verano, ella acudía a su cita, depositaba su ropa cuidadosamente en la roca y se sentaba a esperar, a esperar que aquel mar que tanta felicidad les dio, le devolviese a su amado. Amante perdido mientras se bañaba, desapareció engullido por un mar celoso que no quiso ser testigo más veces de tanta felicidad. Un mar que no quiso llevársela a ella pero que la unió para siempre en su destino.
Cada anochecer se levantaba muy despacio, con lágrimas en los ojos se vestía y abandonaba la cala. Jamás de su boca salió un reproche, una mala palabra, solo le quedaba su recuerdo y esperar, esperar...

viernes, 18 de diciembre de 2009

La manta I

Aquel fin de semana nos fuimos las dos parejas a una casa en medio de la sierra, a las siete de la tarde ya había oscurecido y en el exterior hacía un frío aterrador. El calor de la chimenea era muy agradable, así que colocamos un colchón de matrimonio frente al fuego y allí nos pusimos los cuatro a tomar copas y disfrutar de la tarde del Sábado.
Me llamo Fran, tengo veintitres años y estudio derecho, soy alto, moreno y bien parecido. Mi novia se llama Alba, es una chica de piel blanca, bonito cuerpo y cara angelical. Con nosotros venían Carlos y Carmen, los CC, como le decíamos cuando nos referíamos a ellos. Carlos de 25 años, trabajaba en un taller de coches, algo mas bajo que yo, de piel blanca y muy musculoso, por contra, Carmen era delgada y con grandes pechos, rubita y muy guapa.
Alba y Carmen eran amigas de la facultad de filología, por eso nos conocíamos y habían ellas decidido este fin de semana en la sierra, los chicos las secundamos.
Carlos resultó ser un niño genial, simpático y alegre, así que congeniamos muy bien.
Allí estábamos los cuatro hablando y bebiendo cuando Carmen dijo,
-¿Jugamos a algo?.
Sí aprobamos todos, ingenuo de mí pensé que jugaríamos a algo inocente, así que sacamos las cartas y dijo Alba.
- ¿Hacemos lo de pasarnos las cartas con la boca?
- Venga dijo Carlos, pero es más interesante si nos tapamos los ojos.
- ¿Y como sabremos que es nuestro turno para recoger la carta? dije interesado más en jugar bien que en calentar la situación.
- Pues, nos damos las manos y cuando notemos el apretón nos inclinamos a recoger la carta de la boca del otro. Apuntó Carlos.
Las chicas estuvieron encantadas y volaron a buscar unos pañuelos para dejarnos invidentes.
Como no me gusta no ver que ocurre a mi alrededor, logre levantar un poco el pañuelo y así ver lo que ocurría a mi alrededor.
Nos sentamos en círculos con las manos cogidas, nos reímos muchos porque ellos no veían nada y se tocaban para darse las manos, Carlos tocó las piernas de ambas chicas más allá de los muslos y nos reímos mucho, ellos por la situación, yo porque los veía y me hacía gracia.
Comenzamos a jugar, nos apretábamos las manos cuando teníamos la carta y las pasábamos, a Carlos se le cayó un par de veces con su novia, pero cuando su chica me la estaba pasando a mí vi como Alba se inclinaba hacia Carlos y se daban un pico sin cartas.
- ¿Que pasaba?, ¿Lo habrían hecho a postas o habría sido una equivocación?,...
Al poco volvían a darse otro pico mientras Carmen me pasaba la carta, eso me alertó ya que esta vez mantuvieron sus labios más tiempo pegados.
Celoso dejé caer la carta y besé los labios de la chica, eran carnosos y suaves, aunque suene increíble, la chica respondió a mi beso y sacó la punta de su lengua que humedeció mis resecos labios. Consiguió, con ese pequeño gesto, provocarme una erección del miembro en décimas de segundo.
De pronto, Carlos dijo:
-Juguemos a otra cosa.
Creo que él también veía lo que ocurría y eso me azoró, perdí la erección tan rápida como había venido por la posible reacción del chico y quedé aturdido.
- ¿A qué jugamos ahora?, preguntó su chica visiblemente molesta por dejar ese juego que al parecer le estaba gustando.
- Ya vereis, dijo el chico.
- Esperad aquí, ven conmigo Fran, y nos dirigimos a la cocina.
Allí me contó el plan.