viernes, 19 de febrero de 2010

La manta II

Tan sencillo como divertido salimos de la cocina con ganas de jugar.
Las chicas habían preparado unos cubatas y se habían hecho un porro, así que empezamos a contarles el juego, ellas estaban sentadas en el colchón frente a la chimenea, yo sentado en una silla y Carlos en pie explicando la trama, que era muy simple.
- Mirad chicas, os tapáis con esta manta, y tenéis que ir diciendo prendas hasta que acertéis con la que es, si no es la que nosotros tenemos escrita en este papel, debéis entregárnosla.
La idea era que la prenda que nosotros debíamos escribir era la manta, pero en un giro genial de nuestro propósito, el mecánico me dijo en la cocina que pusiéramos los pendientes y dejáramos a las chicas en bolas, y así lo escribimos.
Empezamos a jugar, Carlos se sentó a mi lado, teníamos a las dos chicas tapadas hasta el cuello en un colchón, con una chimenea que ambientaba y una tarde que se hacía noche que invitaba a quedarnos en el hogar y disfrutar de nuestros juegos.
Poco a poco iban diciendo prendas que al unísono nos entregaban, las risas nerviosas y las miradas cómplices volaban en la habitación.
- ¡El sujetador!, dijo Carmen. No, no le dijo su chico con cara socarrona.
Con gran habilidad se quitaron sus prendas y Carmen me tiró su gran sujetador, era enorme y estaba caliente. Alba hizo lo propio con Carlos, Alba tiene unos pechos pequeños, acorde con su cuerpo, su sujetador negro de encajes cayó en la cara de Carlos que no dudó en olerlo con aspavientos.
- ¡Ummm que bien huele!, todos reímos y Alba dijo:
-¿No serán los tanguitas?...
- Prenda, salió por mi boca.
Todos me miraron y me ruboricé.
-Tampoco es el tanguita, dije poco convencido.
Carlos salió a mi rescate y dijo:
- Venga chicas, el juego es el juego.
En el proceso de quitarse el tanga, a mi chica se le vieron los pechos, sus tetitas quedaron al aire y Carlos pudo observar los grandes pezones y la aureola oscura que coronaban aquellas montañitas. Eso me excitó, Carlos no le quitó ojo y pude notar como su pantalón incrementaba aún más la presión sobre sus partes.
Bueno, pues se acabó, propuso Carmen con cara de pena.
¡Como que se acabó!, exclamó Carlos, aún no habéis acertado...venga chicas, que no decaiga la fiesta.
-No nos quedan más prendas, protestó Alba.
-¿Seguro? , inquirió Carlos tocando la manta y poniendo cara de ganador de partida.
Las chicas rieron, y dijeron al unísono, -!La manta¡.
Rompimos todos a reír y Carlos y yo nos miramos, las miramos a ellas y dijimos.
-No, tampoco es la manta.
Las chicas dejaron de reír y antes que pudieran decir nada Carlos ya había jalado de ella y las había dejado desnudas.
Impresionante lo que vimos.
Carmen se tumbó para detrás e inhaló una calada del porro, sus pechos subieron y bajaron al ritmo de su calada, dos grandes tetas blancas y que a duras penas rompían los efectos de la gravedad, estaban coronadas por unas aureolas rosadas y casi difusas que se iban oscureciendo poco a poco hasta acabar en unos pezones que apenas se veían y que poco a poco fueron agrandando hasta ser como dos granitos de lentejas.
Su sexo apenas estaba cubierto por una despoblada mata de pelos rubios y dos labios enormes que rebosaban por entre sus piernas.
Por contra, mi chica trataba de taparse poniendo aún mas morbo en la habitación, apenas podía cubrirse y al ladearse dejaba ver su precioso y redondo culito.
Ufff, que calor! decía Carlos a la vez que se desnudaba,
- Venga Fran, que vas a criar ladillas...
Me desnudé con él, Carlos tenía un cuerpo musculoso, apenas tenía vellos en el cuerpo y su pubis lo llevaba recortado, haciendo que su miembro pareciera mayor de lo que era, aún no estaba excitado y las chicas le miraron con deseo, incluso Alba que poco a poco perdía la vergüenza y ya mostraba su entrepierna sin tapujos depilada y recortada para otra ocasión más privada que se estaba tornando pública.
Vamos Fran, quitate los calzoncillos y dejanos ver que es eso tan enorme que escondes, dijo Carmen con visibles síntomas de estar colocada.
Me baje los boxer y deje al descubierto mi miembro.

lunes, 1 de febrero de 2010

DP

La señora Piquet era una joven de unos treinta años, Llevaba dos casada con el señor Piquet, que la aventajaba en veinte, empresario catalán que había amasado una gran fortuna con la construcción.
Desentonaban como el whisky barato en un bar de clase junto a botellas de 20 euros la copa. Roni, como se hacía llamar el viejo, gustaba de beber mucho y alternar con jovencitas.
La señora Piquet quería pruebas de ello para solicitar un divorcio del cual saliese bien remunerada.
La primera vez que ella entró en mi despacho me dejó boquiabierto, y si no es porque ya me había masturbado, hubiese tenido una erección.
Vestía una camisa blanca y unos ajustados vaqueros, un bolso de piel marrón y unas largas botas del mismo color. La abotonadura de su camisa se abría hasta el mismo nacimiento de sus pechos y se podía adivinar que no llevaba sujetador. Su largo y lacio pelo caía hacia un lado de su cara, se quitó unas enormes gafas de sol y pude ver unos maravillosos ojos azules.
Aquella tarde vino a recoger todo el material que yo le había conseguido, y que no era poco. A Roni le gustaba alardear de mujeres y no me fue fácil pillarlo en hostales follándose a dos o tres lumis, algunas de dudosa mayoría de edad.
Cuando la señora Piquet contempló en la pantalla del pc todas y cada una de las imágenes derramó una sola lágrima, que secó con un pequeño pañuelo blanco. No supe si fue por la emoción, la pena o la alegría, pero le puse una mano en el hombro y entonces ...
Ella estaba sentada, yo de pie a su lado con mi mano en su hombro, los dos mil euros sobre mi mesa y en la pantalla una foto del señor Piquet con una pelirroja sentada a horcajadas sobre su cara y una rubia de enormes tetas haciendole una felación.
Giró su cabeza que quedó a la altura de mi paquete, elevó sus azules ojos y sin dejar de mirarme bajó con sus dientes mi cremallera. Mi manó dejó de estar en su hombro para deslizarse por el interior de su sedoso pelo hasta la nuca, y con una leve presión la empujé a que realizara un francés... con la otra mano me desabroché el pantalón que cayó hasta mis tobillos.
Su cálida boca hizo que mi pene adquiriera su estado de plenitud en segundos, se afanaba la chica en hacer un buen trabajo y realmente lo lograba. Antes de que me dejara llevar por mi calenturienta mente, le saqué mi miembro de su boca, la puse en pie y le desabroché la camisa.
Dos pechos perfectos asomaron por entre los botones abiertos, con un imperceptible gesto la camisa cayó al suelo y unas pequeñas aureolas hicieron las delicias de mi boca. Apenas tenía pezón, pero un trabajo de lengua hizo que despuntaran dos pequeños granitos que abrieron las puertas al paraíso.
Le desabroché sus vaqueros y bajé todo de un solo golpe, iba toda rasurada, dejaba ver dos labios de los que entresalía un gran clítoris. Me resultó curioso, sin pezones y gran botón del placer. La senté sobre los billetes de cien y le hice una comida de coño que casi me cuesta un disgusto. La señora gemía como un animal y a cada gemido le acompañaba un jalón de pelos para que no abandonase mi trabajo.
Cuando mi cabeza no aguantaba más jalones, la penetré. Los aullidos retumbaban sobre las cuatro paredes y se corrió, una gran corrida que me dejó con el pene erecto y un bello saco de carne desparramada sobre mi mesa con la respiración entrecortada y sin fuerzas para moverse.
La giré, la puse a cuatro patas y la volví a penetrar, ella gritaba que no, que ya no más por favor pero solo fueron dos embistes y su no se convirtió en un si, si, si, no pares, no pares...
Allí tenía yo a a aquella mujer toda para mí, joven, bella, de un culo redondo y perfecto y pidiendome que le diese más caña. A nuestro lado su marido disfrutando también de lo suyo. Miré hacia abajo y vi como su ano se abría y cerraba ritmicamente, le metí un dedo y un pequeño gemido emitió, eso me gustó y le metí otro dedo hasta el fondo. Por ahí no, suplicó, pero ella no sabia que las negaciones eran mis afirmaciones, así que le saqué mi pene y la penetré por detrás. Aquel agujero era estrecho y me costó abrir camino, en tres o cuatro meneos acabé corriéndome en su interior.
Mientras me vestía le dí las gracias a la señora Piquet y le dije que cuando quisiera podía volver a contar con mis servicios. Le dí el cd con las fotos mientras ella aún azorada por el polvo y avergonzada por el trato tan distante que le estaba dando recogía la copia.
Me senté en mi mesa y la miré como quien mira a un vendedor de biblias. Ella se limitó a medio sonreír y marcharse. En su trasero, por el pantalón vaquero se traslucía una mancha de mojado que a punto estuvo de hacer que la pusiera sobre aviso, pero ¡que coño!, iba a joder a su marido por follar con otras, y con lo que le iba a sacar a ese hijo de puta podría comprar una compañía de vaqueros.
Cogí mi botella de whisky y bebí hasta perder el sentido.